Cómo prevenir delaminaciones en revestimientos cerámicos.

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Cuando hablamos de revestimientos cerámicos, hay un problema que siempre está rondando en la cabeza de cualquiera que haya trabajado con ellos, ya sea en una obra grande o en una reforma pequeña de casa: la delaminación. Ese momento en el que la pieza cerámica empieza a despegarse de la superficie, creando huecos, levantamientos o directamente rompiéndose, puede parecer una simple molestia estética, pero en realidad se convierte en un dolor de cabeza serio porque no solo estropea el aspecto de la superficie, también compromete la resistencia y obliga a gastar tiempo y dinero en reparaciones.

Para entender cómo evitar este fenómeno conviene ir más allá del clásico “coloca bien la pieza y ya está”, porque el asunto tiene bastantes más matices. Vamos a mirar con lupa todo lo que rodea a la delaminación, desde las causas más habituales hasta los trucos y precauciones que realmente condicionan en el resultado final.

Lo que realmente significa que un revestimiento se delamine.

Aunque pueda sonar muy técnico, en realidad el concepto es bastante sencillo: la delaminación ocurre cuando el revestimiento cerámico deja de estar bien unido a la base sobre la que se coloca. Piensa en esas pegatinas que vienen en los paquetes nuevos de móviles o de portátiles, que al principio están perfectamente fijadas, pero si las colocas de nuevo en una superficie sucia o con polvo se empiezan a despegar por las esquinas hasta que ya no agarran nada. Con los revestimientos cerámicos pasa algo parecido: el adhesivo debería actuar como esa capa que mantiene todo pegado de forma firme y continua, pero cuando falla, ya sea porque la superficie no estaba lista, porque se usó un producto inadecuado o porque las condiciones ambientales jugaron una mala pasada, la pieza termina levantándose poco a poco hasta separarse.

A veces la gente se sorprende porque la baldosa parece intacta por arriba, con un acabado impecable, pero basta golpear suavemente con los nudillos para notar un sonido hueco. Eso ya es señal de que por dentro el problema está empezando a asomar y tarde o temprano la pieza terminará levantándose.

Por qué ocurre este problema más veces de las que parece.

La delaminación no entiende de casas grandes o pequeñas, ni de suelos de interior o fachadas exteriores. Aparece cuando se dan ciertas circunstancias que rompen la unión entre la cerámica y la base. Entre las causas más habituales se encuentran varias que merece la pena tener en mente.

Por un lado, está el estado de la superficie base. Si está llena de polvo, grasa, restos de pintura vieja o cualquier irregularidad, es como intentar pegar un imán en una pared de madera: nunca se quedará fijo. Por otro, la elección del adhesivo correcto es imprescindible. Un mortero cola básico puede funcionar en un cuarto de baño pequeño, pero si lo usas en una terraza que sufre cambios de temperatura, humedad y exposición directa al sol, terminará siendo un desastre.

Y no podemos olvidarnos de las dilataciones. La cerámica es un material rígido, muy duro, pero no es inmune a los cambios de temperatura. Con el calor se expande y con el frío se contrae, y si el sistema no está preparado para acompañar esos movimientos, la tensión acaba haciendo que se levante. Es como cuando dejas una botella de agua en el congelador y estalla porque no hay espacio para que el hielo se expanda.

Preparar bien la base es la mitad del trabajo.

Antes de empezar a colocar cerámica, el paso que más influye en que todo quede firme durante años es la preparación del soporte. Mucha gente se lo toma a la ligera, como si bastara con dar una barrida rápida y empezar a pegar, y es ahí donde se abre la puerta a los problemas.

Lo primero es asegurarse de que la superficie esté completamente limpia, sin polvo ni residuos. Piensa en esas veces que intentas poner una pegatina en una superficie que has estado tocando y, por consiguiente, tiene algo de grasa de nuestras manos: al final la pegatina queda llena de burbujas y a los dos días ya se despega. Con la cerámica ocurre lo mismo. También hay que comprobar que el soporte esté seco, porque si tiene humedad atrapada, esa agua buscará salida y acabará levantando las piezas.

Otro detalle es la planimetría, que es básicamente revisar que la base esté nivelada y sin irregularidades fuertes. Si intentas pegar una baldosa grande en un soporte lleno de ondulaciones, el contacto será parcial, y esa falta de adherencia será un punto débil. Hoy en día se utilizan cada vez más piezas de gran formato, y en esos casos la uniformidad de la superficie es todavía más importante, ya que cualquier hueco puede convertirse en un inicio de delaminación.

El adhesivo adecuado es como elegir la zapatilla correcta para una maratón.

Un error bastante frecuente es pensar que cualquier adhesivo sirve para todo, cuando en realidad hay diferentes tipos según las condiciones de uso. Es como ir a correr una maratón con zapatos de charol: puede que aguantes unos minutos, pero al tiempo los pies te van a pedir auxilio.

Con la cerámica ocurre lo mismo. No es igual instalar un revestimiento en una cocina que en una piscina, ni en un interior que en un exterior expuesto a cambios de temperatura. Los adhesivos se agrupan en distintas familias (cementosos, en dispersión o de resinas de reacción) y además tienen clasificaciones como C1 o C2 para indicar la adherencia mínima, y S1 o S2 para señalar su flexibilidad. También pueden llevar letras adicionales (T, E, F) que describen propiedades concretas, como reducir el deslizamiento, prolongar el tiempo abierto o fraguar más rápido. Elegir bien es fundamental: si colocas un suelo en Cádiz, donde el calor aprieta, no te vale el mismo mortero cola que en una buhardilla de Lugo.

En este sentido, los profesionales de Cerámica a Mano Alzada apuntan que la compatibilidad entre pieza y adhesivo es esencial para que el conjunto aguante el paso del tiempo, porque la cerámica por sí sola puede durar décadas, pero si la unión falla, el sistema entero se viene abajo.

La colocación también tiene sus trucos.

De nada sirve tener la mejor cerámica y el adhesivo más avanzado si la colocación no se hace correctamente. Aquí entran en juego varios factores que, aunque puedan parecer pequeños detalles, suman mucho a la hora de prevenir la delaminación.

Por ejemplo, aplicar el adhesivo de forma uniforme y en doble encolado cuando la pieza es de gran formato hace una diferencia brutal. El doble encolado consiste en poner adhesivo tanto en la base como en la parte trasera de la baldosa, y así se consigue que no queden huecos de aire que más adelante puedan acumular humedad o provocar tensiones.

También conviene respetar siempre las juntas de dilatación. Puede que estéticamente apetezca colocar las piezas sin juntas, como si todo fuera una superficie continua, pero eso es buscar problemas. Las juntas actúan como una especie de “válvula de escape” que permite que las piezas se muevan un poco sin romperse. Ignorar esta parte es como montar un mueble sin tornillos de seguridad: aguanta un tiempo, pero antes o después se vendrá abajo.

La importancia del clima y las condiciones de uso.

Si hay un factor que suele pasarse por alto es el entorno en el que se coloca la cerámica. No es lo mismo un revestimiento en un baño interior, donde las condiciones son relativamente estables, que en una terraza expuesta al sol, la lluvia o incluso heladas.

En lugares donde las temperaturas varían mucho, las piezas sufren ciclos de expansión y contracción constantes, lo que multiplica las posibilidades de que se produzcan levantamientos. Por eso, al planificar un proyecto es fundamental tener en cuenta estas circunstancias y ajustar tanto el tipo de adhesivo como el diseño de las juntas a esa realidad.

Un ejemplo muy claro lo tenemos en la típica casa de campo en la sierra. Si durante el día el sol pega fuerte y por la noche la temperatura baja en picado, los materiales se ven obligados a adaptarse a esos cambios extremos. Sin un buen sistema de colocación, lo más seguro es que aparezcan los problemas antes de lo esperado.

Los errores más comunes que se deben evitar.

Hablar de prevención también implica reconocer los fallos más repetidos, esos que por prisas o falta de experiencia terminan arruinando un trabajo que podría haber quedado impecable.

Uno de ellos es usar poca cantidad de adhesivo. Confiar en que una capa fina va a sujetar durante años es un error que pasa factura. Otro clásico es no respetar los tiempos de secado recomendados por el fabricante: si se coloca la cerámica demasiado pronto o se pisa antes de tiempo, la unión se debilita.

También es habitual que no se hagan cortes limpios en las piezas, lo que provoca bordes irregulares que generan tensiones de más. Y, por supuesto, no podemos dejar de mencionar la tentación de ignorar las juntas de movimiento, sobre todo en espacios grandes como centros comerciales o vestíbulos de edificios, donde la superficie es tan amplia que la cerámica necesita “respirar”.

La importancia de un mantenimiento inteligente.

Aunque la colocación inicial sea perfecta, un buen mantenimiento ayuda a prolongar la vida útil del revestimiento y a minimizar el riesgo de delaminación. No se trata de complicarse la vida, basta con tener algunas costumbres sencillas.

Mantener limpias las juntas es obligatorio, porque si se acumula suciedad o humedad en ellas, se convierten en un punto débil. Revisar de vez en cuando el estado de la superficie, golpeando suavemente en distintas zonas para detectar sonidos huecos, también es una buena práctica para adelantarse a los problemas. Y, si se detecta alguna pieza suelta, repararla cuanto antes evita que el daño se extienda.

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